5/25/2010

Estoy leyendo la novela de Vargas Llosa, El paraíso en la otra esquina, que cuenta, en parte, la historia de Paul Gauguin. Hay una anécdota, cuando el ´fue a la Polinesia, en busca de un lugar verdaderamente salvaje en el que encontrarse con el mundo primitivo de los instintos y las pasiones no domesticadas. Un muchacho del que él se hace amigo, lo acompaña un día a buscar un árbol especial para realizar una talla. Y esto (verdad histórica o fantasía de V.Llosa) es lo que sucedió (Koke es Gauguin):

"Delante de él, a uno o dos metros, el joven marchaba sin vacilar sobre el rumbo, moviendo los brazos a compás. A cada paso, los músculos de sus hombros, de su espalda, de sus piernas, se insinuaban y movían, con brillos de sudor (...) la sangre de Koke hervía; tenía los testículosy el falo en ebullición, se ahogaba de deseo. Pero -¡Paul, Paul!- no era exactamente el deseo acostumbrado, saltar sobre ese cuerpo gallardo para poseerlo, sino, más bien, abandonarse a él, ser poseído por él igual que posee el hombre a la mujer."
(pag. 72)

Finalmente él muchacho y él se trenzan en el agua y se revuelcan un poquito, lo suficiente para que ambos gocen. Es toda una experiencia para Gauguin, de quien más adelante dice Vargas Llosa, refiriéndose a una época anterior de la vida del pintor:

"Desde el principio fue indispensable en el Luzitano, barco de tres mástiles donde lo aceptaron como aspirante en diciembre de 1865, pues se le había pasado la edad para ser admitido en la Academia Naval, usar los puños y los pies, dar mordiscos y blandir el cuchillo para conservar el culo intaco. A algunos no ls importaba. Subidos de tragos, muchos compañeros se jactaban de haber pasado por ese ritual marinero. Pero a tí si te importaba. Nunca serías marica de nadie, tú eras un varón. En su primer viaje de aspirante, de Francia a Río de Janeiro, tres meses y veintiún díasen alta mar, el otro aspirante,Junot, un pelirrojo bretón lleno de pecas, fue violado en la sala de máquinas por tres fogoneros, que, después, lo ayudaron a secarse las lágrimas, asegurándole que no debía avergonzarse, era una práctica universal del mundo marinero, un bautizo del que nadie se libraba y que, por eso,no ofendía, más bien creaba una hermandad entre la tripulación. Paul si se libró, para lo cual tuvo que demostrar a esoso lobos de mar soliviantados por la falta de mujer que, quien quisiera tirarse a Eugene Henri Paul Gauguin tenía que estar dispuesto a matar o morir."
(pag. 74)

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